La presión en el pecho. El dolor en la boca del estómago. Las ganas inminentes de echar las tripas. El pulso perdido y la jodida falta de respiración. No solo he liado con la ansiedad toda mi vida, también con situaciones desencadenantes que, muchas veces, le han hecho sentir a este estado, que considero tan propio como mí misma sombra, que tenía la razón.
Mi estado de alerta ha estado activado desde bien joven. Siempre tan desconfiada, tan preocupada… Todo tiene un porqué. Un “porqué” que luego se excede. Ve correcto aparecerse en cualquier situación. Tener que hacer una llamada, llegar a un lugar público o meras interacciones con gente. Mi cuerpo siempre ha estado a la espera de que lo peor ocurra, de que las discusiones se desencadenen en cualquier contento. Siempre ha estado preparado para ese “fight or flight” que se enseña en psicología, pero nunca con las agallas suficientes para lograr ninguna de las dos. Soy una esclava de mi propio peso. De esta “segunda sombra” que cargo a mis espaldas, que no me susurra por las noches, pero sí me termina por quitar el sueño, provoca dolores por todo mi cuerpo y logra espantar mi tan bonita alegría.
Sé que esto no lleva a ningún lugar. Que no tendrá uno de esos futuros prometedores. Que solo soy una chica escribiendo desde el suelo en su ordenador. Y ya no sé si hablo desde el enfado, la rabia o la tristeza. No sé si le guardo rencor a esto que me persigue o mañana lo habré olvidado. Porque mi compañera, la ansiedad, también juega ese papel. Es experta en la disociación, en alejarte al mismo tiempo de la situación y de los sentimientos desencadenados. Sé que hace un momento estaba super triste, luchando para no hacerme daño a mí misma y huyendo de todo. Pero ¿y ahora? ¿Qué se supone que es lo que siento ahora?
Me fliparía poder escribir un libro, de psicología o no, me la pela (seguramente exista ya), porque tengo tantas cosas que decirte. Que sí, sé que me libras de muchos peligros, sobre todo porque estos ni si quiera existen cuando tú los anticipas, entonces podemos con todo, claro. Pero también me lo haces pasar muy mal. Al principio no te somatizabas tanto, pero llevas unos añitos que te estás pasando y mi cuerpo se está resintiendo. Ahora atacas mi tripa, pero recuerdo cuando estaba a pocos meses de cumplir los dieciocho años y tuve tanto dolor en el pecho que pensé que iba a morir. Parecía un infarto. Y, tranquila, lo sé. Sé que tú pretendías hacerme creer que iba a morir porque así lo sentiste ante ese peligro que solo ves tú, pero se te fue de las manos: no íbamos a morir.
Ella es así, tan alarmada e intensa, que cuesta creer que todo lo haga para protegernos. Porque sí, la función de la ansiedad es de supervivencia pura. Es algo innato ante el peligro. Lo que no sé es qué ha podido ocurrir en tantos niños descarriados, que la sentimos a diario. Me gusta llamarnos “Heartbreaked kids”, porque ese dolor tan intenso sobre el corazón realmente te hace llegar a pensar que se va a romper. También no hace sentir que somos débiles. Con las patitas y las manos temblando como Bambi al nacer, ¿cómo no vamos a sentir que nos rompemos?
Es muy cómico como la ansiedad nos pone en nuestra peor situación de todas para ayudarnos a sobrevivir en vez de, yo qué sé, danos superfuerza o velocidad para huir. He llegado a dejar de sentir mis dedos meñiques de lo disparada que tenía la ansiedad, he llegado a vomitar, a temblar hasta casi caer, a gritar y a llorar, a golpear paredes incluso, he sentido calambres en mi brazo izquierdo (no sé porque le gusta tanto imitar infartos, porque también voy a mencionar los pinchazos en el pecho), he perdido el apetito e incluso he sido capaz de seguir funcionando tras días sin dormir. Es una locura todo lo que la ansiedad logra en nosotros. Ya te digo, ya no sé si es heroína o villana. Sé que desactiva las funciones menos importantes para seguir a tope con las vitales. Sé que nublas mis sentidos para imponerte. ¡Y tranquila! Qué también sé que todo lo haces por mí, como un padre que ha creado apoyo ansioso con su hijo.
Pero ya no te necesito tanto. Que sigan insistiendo en salvarme cada ve genera peores dolores en mi cuerpo. Ya no son solo mis manos y mis piernas. Ahora también son mis músculos. Y ni si quiera puedo comprender porque, de golpe, te has centrado tanto en machacar mi estómago. Estoy cansada de tener arcadas constantemente. Nauseas cada vez que me enfrento a algo, a veces tan solo por despertarme. A veces quiero comer y no puedo, pero muchas otras quiero ir al baño y no me dejas. Ya me duele hasta la vejiga y acabo de ir, de verdad te digo que no lo necesito. Pero es que eres tan insistente…
Querida ansiedad, tú y yo tenemos que separarnos. Me gustaría que nos diésemos un tiempo, el problema es que no sé cómo y, lo peor realmente, es que a ninguna de las dos nos interesa. Tu habitas en mi cuerpo, vives de mí y eres feliz cuidándome. Mientras que yo… Ya no sé qué hacer si no estoy contigo, si no me puedo esconder tras tu sombra.
Tú siempre has estado ahí, pegada a mí, y ahora ya no sé ser sin ti. Y, es que, a lo mejor, yo no estaría tan viva sin ti.
qué forma de escribir tan pura! he sido capaz de sentir lo que narrabas y recordar situaciones similares que he pasado! 🫂 llevo mucho tiempo acompañada por una ansiedad social agobiante y esto es justamente lo que opino. Gracias por ponerlo en palabras; en las tuyas 🤍✨
Diooooos estos escritos deben tener apoyo, transmites todo lo que has vivido de una forma realista, que llega al que lo lee, que incluso lo puede imaginar o sentir aún cuando no has vivido algo así.
Wow me quedé sin palabras en lo personal sentí como si narraran lo que he vivido a lo largo de mi vida, es frustrante y aunque sea triste uno vive con eso.
Lo repito tu escrito fue impresionante